Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*)
Los manglares situados en las
costas que dan al Golfo de Panamá cubren aproximadamente unos 893 kilómetros
cuadrados de esta eco región, la cual en total abarca unos 2,424 kilómetros
cuadrados. De esta extensión estimada de manglar, ya más de 100 kilómetros
cuadrados han sido degradados ambientalmente y convertidos a áreas de uso
humano intensivo. Por otro lado, los bosques de mangle de Bahía Las Minas en la
provincia de Colón han sido afectados por grandes derrames de combustible
durante los últimos treinta años. De acuerdo con información presentada en 1997
en la revista Neotropica, el primer derrame ocurrió en 1968 cuando un buque
tanquero en la citada bahía sufrió ruptura del caso y se hundió, liberando
entre 2.8 a 3.8 millones de litros de aceite diesel y combustible bunker tipo
C, matando 49 hectáreas de manglar, es decir, un 4 % de los manglares existentes en la bahía
en ese momento. El segundo ocurrió en 1986 cuando un tanque de reserva de la
entonces Refinería Panamá colapsó, liberando al menos 8 millones de litros de petróleo
crudo, eliminando 69 hectáreas de bosque de manglar, es decir un 6% de lo
contabilizado en la Bahía por investigadores panameños y estadounidenses. Todavía
en el 2013 se observan los efectos perjudiciales de tales derrames sobre la
biota de esta área, así como de derrames menores a posteriori a los ya citados.
Resulta preocupante reconocer que
once de las setenta especies de mangle (16%) reconocidas mundialmente se
encuentran en un elevado riesgo de extinción. Una de las áreas de especial
preocupación precisamente son las costas caribeñas y pacíficas de América
Central, donde tanto como un 40% de las especies allí inventariadas están en
riesgo de desaparecer en los próximos veinte años.
A pesar de representar solo el
0.4% de la superficie boscosa en pie a nivel mundial los manglares proveen por
lo menos 1.6 millardos de dólares cada año en servicios ambientales a la
población de nuestro planeta (ej. filtración de sedimentos, contención de
basura orgánica e inorgánica que de otra forma iría directo al mar), al mismo
tiempo que sustentan la vida de infinidad de comunidades costeras a nivel
mundial, especialmente las dedicadas a la pesca artesanal y al turismo a pequeña
escala. Los bosques de mangle son sumideros altamente eficientes para capturar
carbono y reducir el calentamiento global: lo hacen a un ritmo al menos seis
veces superior por hectárea que los bosques tropicales lluviosos primarios.
Para la industria pesquera de
nuestro país, su propia existencia y
rentabilidad actual y futura depende de bosques de mangles saludables y
extensos en los golfos de Chiriquí y Panamá, dado que la gran mayoría de
especies comerciales como por ejemplo el pargo, la corvina, camarones rojos y
blancos, al igual que almejas, longorones y demás bivalvos y univalvos en
nuestro país cumplen su ciclo biológico más importante (el de la crianza)
dentro de los manglares. Se estima que una hectárea de manglar le representa a
la industria pesquera panameña más de 500,000 dólares por hectárea en ingresos potenciales
por año.
Pero el común de la gente se
preguntará, aún hoy, por que razón ciertos sectores de la sociedad panameña todavía
insisten en salvar los manglares panameños sino son más que áreas insalubres, pantanosas,
llenas de mosquitos y punto de entrada para actividades del narcotráfico? No
sería mejor opción el sanearlas e incorporarlas al pujante desarrollo nacional
mediante rellenos, carreteras, urbanizaciones y centros comerciales?
La respuesta es sencilla: los
manglares son nuestros principales aliados naturales para mitigar los efectos
del cambio climático en la zonas más vulnerables del planeta: las costas
tropicales. Si los protegemos, nos protegemos nosotros y las futuras generaciones
también, si esa no es suficiente razón, pues no se cual otra podría ser.
(*) El autor es economista.
Artículo publicado en el Diario La Prensa el día lunes 20 de mayo de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario