viernes, 26 de marzo de 2010

Ecosistemas y Economía

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

Los sistemas ecológicos y económicos de nuestro planeta están vinculados. A medida que las dimensiones del sistema económico mundial crecen en relación con el acervo de recursos naturales terrestres y marinos, la dinámica de ambos sistemas se afecta y se torna más discontinua. Las externalidades negativas aparecen en la medida en que las capacidades de adaptación y de carga de los ecosistemas son sobrepasadas por la extracción de recursos naturales para la satisfacción de las necesidades económicas de la población mundial. 

Todos nosotros, especialmente los más pobres y vulnerables, dependemos de la riqueza natural para proveernos de servicios básicos, tales como agua fresca, alimentos, materiales para la construcción de viviendas, medicamentos, entre otros, sin embargo se estima que dos tercios de los ecosistemas mundiales ya han sido fuertemente impactados por la acción humana, reduciendo así su capacidad de brindar a largo plazo los bienes y servicios ambientales que necesita la humanidad para seguir existiendo, tal y como lo hemos hecho hasta ahora. 

La biodiversidad biológica constituye el anclaje vital para nuestra existencia y el desarrollo económico de todos los países del globo. Por ejemplo, el valor actual del comercio de los recursos pesqueros oceánicos mundiales se estima en 5.9 billones de dólares, es decir, representa un valor 600% superior al estimado para el año 1976. Sin embargo, las tasas de captura mundiales de especies como el atún, sardinas, entre otras, se encuentran en pleno y sostenido descenso y cerca del 75% de los bancos pesqueros comerciales s a nivel mundial ya se han agotado, o bien, ya están por debajo de su nivel de sostenibilidad. 

De seguir esta tendencia un componente fundamental para la seguridad alimentaria mundial se perderá irremediablemente y todos sufriremos. La ausencia de metodologías comprensibles para proveer datos de valoración económica sobre biodiversidad y los servicios que ésta presta, los cuales puedan ser fácilmente transmitidos y comprendidos por gobernantes y tomadores de decisiones en el sector privado, ha impedido grandemente mayores esfuerzos para la protección, mantenimiento y restauración de hábitats y especies en muchas partes del mundo, dado que hasta ahora no hay consenso sobre cómo poder incorporar esta valiosa información a los análisis costo-beneficio de proyectos de inversión pública y privada, que pueden ir desde la construcción, por ejemplo, de un acueducto rural hasta aeropuertos, puertos y desarrollos urbanísticos a gran escala. Y esto es un error que ustedes estimados lectores y yo tendremos que pagar en el mediano y largo plazo. 

Artículo publicado en el Diario La Prensa del día 28 de marzo de 2010. 

(*) El autor es economista.

lunes, 8 de marzo de 2010

Pérdida de Biodiversidad y Desarrollo Económico.

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

La expansión de la frontera agropecuaria a nivel mundial se ha hecho a costa de la pérdida de la riqueza biológica. De acuerdo con un estudio de Forest Trends publicado en agosto de 2004, el mundo ha perdido casi tres mil millones de hectáreas de bosques en los últimos años, lo que equivale a cerca de la mitad de los bosques que ocupaban la tierra. A la velocidad de pérdida del hábitat actual, un 10% de las especies que habitan la tierra podrían desaparecer en los próximos 25 años. La pérdida de biodiversidad ha sido más dramática en los países subdesarrollados que en el primer mundo, yendo de la mano con las abismales diferencias en la distribución de la riqueza entre regiones y dentro de los mismos países. 

Durante la década de los setenta e inicios de los ochenta, vastas áreas de bosques tropicales húmedos de América del Sur, África subsahariana, y el sudeste de Asia ya habían sido taladas y convertidas a tierras de cultivo y/o pastoreo, aunque a partir de mediados de los años ochenta el ritmo de deforestación en América del Sur había disminuido dramáticamente, particularmente en Brasil, pero el ritmo en África y el sudeste de Asia, aunque pobremente cuantificado, se mantiene relativamente alto hasta nuestros días. 

La población actual de nuestro planeta probablemente se duplicará para el año 2050, resultando en unas 10 mil millones de almas demandando diariamente una variedad enorme de bienes y servicios. La gran mayoría de esta población vivirá en las regiones tropicales y subtropicales de Asia, África y América del Sur. Coincidentalmente son las regiones con mayor necesidad de desarrollo económico y la presión doble que seguirá ejerciendo el crecimiento demográfico descontrolado y la expansión económica inequitativa no hará más que incrementar la demanda sobre los recursos de la biodiversidad. 

El fallo de nuetras sociedades en asignarle un valor económico a la naturaleza ha significado la degradación de los ecosistemas, una consecuente reducción de los servicios ambientales, y ha contribuido decisivamente a la reducción de la biodiversidad,dado que no hay forma de incoporar el capital natural a análisis costo beneficio de proyectos que puedan tener un impacto sobre éste. La ausencia de metodologías comprensibles para proveer datos de valoración económica sobre biodiversidad y los servicios que ésta presta, los cuales puedan ser fácilmente transmitidos y comprendidos por gobernantes y tomadores de decisiones en el sector privado, ha impedido grandemente mayores esfuerzos para la protección, mantenimiento y restauración de hábitats y especies en muchas partes del mundo. 

(*) El autor es economista.

Retribuyendo a la Naturaleza.

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

La disponibilidad de agua en el país ha permitido, hasta el momento, el abastecimiento del vital líquido para consumo humano (cerca de 400 millones de metros cúbicos por año), la operación del Canal de Panamá, la agricultura, la acuicultura, el uso industrial y la producción de energía hidroeléctrica. Sin embargo, la calidad actual de este recurso se ha visto afectada por la contaminación en sus diversas formas, problema que es palpable en las cuencas del río Chiriquí Viejo, río Santa María, río Grande, Bayano y río Pacora, lo que pone en riesgo el abastecimiento futuro para los diferentes usos. Según el Ministerio de Desarrollo Agropecuario, existen en Panamá aproximadamente 270mil hectáreas aptas para riego, localizadas en su mayor parte en la provincia de Chiriquí y en el Arco Seco, regiones donde se ubican las cuencas de los ríos Chiriquí Viejo, río Grande y Santa María. Actualmente se riegan sólo entre 27 mil y 28 mil hectáreas. De éstas, aproximadamente el 90% corresponden a riego privado. Cabe señalar que la mayor parte de los usuarios de riego son propietarios de las tierras que cultivan. 

La demanda de agua para la generación de energía hidroeléctrica se estima en 21.9 billones de metros cúbicos y se concentra en las provincias de Panamá (central Bayano) en el río Bayano, Chiriquí (centrales La Estrella, Los Valles y Fortuna) y Veraguas (La Yeguada, en la cuenca del río Santa María). Según los antecedentes sobre el potencial hidroeléctrico inventariado, la provincia de Bocas del Toro es la que dispone del mayor potencial en el país, seguida de la provincia de Chiriquí (incluye río Chiriquí Viejo). En la provincia de Veraguas también existe algún potencial, pero para plantas de menor potencia No contar con una oferta estable de agua a futuro en algunas regiones comienza a ser cada vez más evidente en cuencas hidrográficas como las mencionadas arriba. Esto se convierte, entonces, en un serio riesgo para la competitividad económica de buena parte del sector agropecuario del país. Este escenario apunta a poner en práctica algún tipo de instrumento económico de gestión ambiental que permita un uso racional y eficiente del recurso hídrico en estas áreas en reemplazo de la visión tradicional de "quien contamina paga", el cual en no pocas ocasiones ha sido relativamente inefectivo en el manejo integral de cuencas. 

Los servicios ambientales o eco sistémicos son aquellos provistos por el entorno natural y de los cuales se benefician múltiples individuos, por ejemplo, la purificación del agua y el control de las inundaciones provistos por los humedales, o bien, la regulación del ciclo hidrológico y la belleza escénica, entre otros muchos servicios, provistos por los bosques. El pago por servicios ambientales (PSA), entonces, es un mecanismo de compensación para quienes mantienen o introducen prácticas de conservación o prácticas agrosilvopastoriles sostenibles dentro de las tierras que proveen dichos servicios. Por ejemplo, usuarios río abajo de agua purificada por un bosque río arriba, como compañías embotelladoras de agua, comunidades locales, ingenios azucareros, entre otros, puedan pagar a los conservadores de ese bosque para garantizar un flujo sostenible de tal servicio. El pago por los servicios ambientales provistos por bosques, arrecifes coralinos, humedales y otros ecosistemas es una forma de reconocer su valor y garantizar que los beneficios provistos por éstos se mantengan en el largo plazo.

También puede permitir que pequeños productores agropecuarios y comunidades pobres en áreas rurales y semi rurales puedan recibir beneficios tangibles por la conservación, contribuyendo así al desarrollo sostenible. En la República de Panamá existen todas las condiciones para iniciar programas de PSA sostenibles, teniendo como hilo conductor la gestión integrada del recurso hídrico, lo cual será vital para la competitividad económica de nuestro país en el marco del desarrollo sostenible. Sólo nos falta voluntad. 

Artículo publicado en el Diario La Prensa del día 13 de junio/2006. 

(*)El autor es economista.

sábado, 6 de marzo de 2010

Ventanas de Carbono

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

La contaminación es reconocida en términos económicos como una externalidad, es decir, el producto de una decisión que causa perjuicios o beneficios a terceros por el uso de un bien público (Ejemplo, el aire o las aguas de un río). El cambio climático es considerado como una externalidad negativa, dado que el efecto causado por las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, al quemarse grandes cantidades de combustibles fósiles, está causando perjuicios económicos a todos los países por igual, sean o no altamente contaminantes. La creciente preocupación sobre los efectos económicos del cambio climático a nivel mundial está estimulando a que los flujos de inversión se redireccionen crecientemente hacia mercados considerados verdes como el de créditos de carbono, a pesar de que los marcos regulatorios existentes están todavía en proceso de refinamiento. Prueba de lo anterior son estas cifras reveladoras: 

Según la firma consultora Point Carbon, el mercado de créditos de carbono a nivel mundial triplicó su valor en unos 60 mil millones de dólares en el año 2007 y se espera que valga más de un trillón de dólares en menos de una década. De acuerdo con cálculos de la organización conservacionista Katoomba Group, las operaciones voluntarias con créditos de carbono a nivel mundial crecieron en un 200% durante el año 2007 y valen actualmente más de 100 millones de dólares. 

Para poder mitigar las perjuicios económicos del cambio climático es fundamental que los patrones de inversión y de consumo, tanto de empresas como individuos, se dirijan cada vez más hacia productos y tecnologías menos emisoras de gases de efecto invernadero (GEI), especialmente, en las grandes economías como China Popular, Rusia e India, dado que durante los próximos 50 años se estima que el 70% de todas las emisiones de GEI provendrán de estos países junto a las de los países en vías de desarrollo, como el nuestro. 

Una forma muy efectiva de lograrlo es incrementando el vínculo entre organizaciones conservacionistas y empresas a través de iniciativas ambientales que trasciendan el mero interés filantrópico, enfocándose en estimar los costos económicos imputados al resto de la sociedad por la contaminación generada por estas últimas, y al mismo tiempo mostrándoles los beneficios económicos que pueden surgir, por ejemplo, de la neutralización de sus emisiones de GEI y/o de la adopción de prácticas de producción más limpias. 

Todavía estamos a tiempo de mitigar los efectos del cambio climático, pero cada vez la ventana para lograr cambios visibles se va achicando como quedó demostrado en la reciente cumbre de Copenhague, clausurada sin la firma de ningún acuerdo vinculante entre los países asistentes. Queda en nosotros hacer algo por nuestro planeta, que es la única casa que tenemos todos en este inmenso universo. 

Artículo publicado en el Diario La Prensa del día 27 de diciembre de 2009. 

 (*) El autor es economista.

Una Hoja en la Tempestad.

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 


¿Qué es la biodiversidad? Pareciera tener una respuesta sencilla, pero las apariencias engañan. La biodiversidad es algo tan simple como las bacterias que habitan en nuestros intestinos, el pececillo de la quebrada, las arañas que tienden su tela en los rincones de una casa, o algo tan complejo como los genes que son el código para crear un ser humano, los bosques del Darién o de la Isla de Coiba, la inmensidad del Océano Pacífico. A fin de cuentas, es la variedad de vida en la Tierra, en todos los niveles, desde los genes, pasando por organismos individuales a especies hasta vastos hábitats, así como todos los vínculos e interacciones entre todos y cada uno de los seres vivos que los componen. 

La biodiversidad se encuentra íntimamente ligada al clima, pero estas interacciones no son apreciables a simple vista. Por ejemplo, cuando los bosques son talados, tanto el clima local como el global son afectados dado que la remoción de árboles causa cambios en los niveles de humedad y temperatura, así como el carbón retenido en éstos es liberado a la atmósfera. Se calcula que al deforestarse y quemarse una hectárea de bosque tropical húmedo se envían aproximadamente unas 500 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.Más alarmante aún, se estima que un solo día de deforestación en nuestro planeta equivale a la huella de carbono generada por ocho millones de personas viajando ese mismo día al mismo tiempo a la ciudad de Nueva York. 

Así como el cambio climático afecta a la biodiversidad, así también cambios en la biodiversidad pueden afectar el clima mundial. Quizás más significativamente, cambios en el uso de la tierra que conllevan a una reducción de la biodiversidad igualmente traen un incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Se ha calculado que un tercio de todo el dióxido de carbono liberado entre 1850 (aproximado inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra y los Estados Unidos) y principios de este siglo ha tenido como origen la destrucción de bosques a partir del cambio en el uso de la tierra. Cerca de un tercio de toda la superficie de nuestro planeta es utilizada para la producción de alimentos. 

Aproximadamente unas 7,000 especiales de plantas han sido cultivadas y recolectadas para alimentos por los humanos desde que la agricultura inició hace unos 12,000 años. En la actualidad solo unas 15 especies de plantas y ocho especies animales suplen el 90% de toda la comida que consume toda la población mundial anualmente. Si por cosas del destino se redujera la productividad de nuestra biota más estratégica, las consecuencias serán terribles para todos en muy poco tiempo. Si bien no ha sido al ritmo dramático de los demás países centroamericanos, la pérdida de cobertura boscosa de la República de Panamá ha sido notable durante las últimas cinco décadas. Por ejemplo, sólo entre 1950 y 1960 ésta se redujo de un 68% a un 58%. 

De acuerdo con datos oficiales de la ANAM, la cobertura boscosa actualmente representa el 44% de la superficie total del país, siendo deforestadas aproximadamente unas 75,000 hectáreas por año en promedio para dar paso a la ganadería extensiva, monocultivos, proyectos hidroeléctricos y urbanísticos, carreteras, en fin, lo que conocemos como desarrollo. 

 A diferencia de muchos países de la región con sectores agrícolas e industriales mucho más complejos, y a la vez mucho más emisores de GEI, la República de Panamá posee condiciones ideales para implementar una política de mitigación de los efectos del cambio climático a un mucho menor costo y en menor escala que aquellos, en atención a su demografía, patrones de consumo de energía, cobertura boscosa todavía apreciable, entre otras. Queda de nosotros hacerla realidad, y si bien los que estamos aquí y ahora no veremos sus beneficios completos, las futuras generaciones de panameños nos lo agradecerán profundamente. 

El cambio climático es un problema global, pero cada uno de nosotros tiene la capacidad necesaria para aportar a su mitigación por más pequeñas que sean nuestras acciones. 

Artículo Publicado en el Diario La Prensa el día 06 de marzo de 2010. 

 (*) El autor es economista.

Por qué el Agua es Negocio de Todos

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

La República de Panamá es conocida a nivel mundial no sólo por contar con un suministro de agua potable de primer nivel en comparación con países vecinos, sino también por derrocharla de manera cuasi escandalosa. Somos el país de Latinoamérica que mayor consumo de este recurso mantiene per cápita, el cual asciende a unos 108 galones diarios en promedio, distribuidos entre consumo e higiene. 

De acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una persona puede vivir con 21 galones de agua potable por día. Podemos todos en un futuro no muy lejano utilizar fuentes de energía totalmente distintas a los combustibles fósiles, pero todavía no hemos inventado un sustituto perfecto para el agua dulce cruda o potable en su infinidad de usos. El agua dulce es el bien más esencial para la vida socioeconómica de un país. Reflexionemos sobre esta realidad: 33 de las 105 ciudades más grandes del mundo como Nueva York, Los Ángeles, Sao Paulo, entre otras, obtienen una proporción significativa de su agua dulce directamente de áreas protegidas, que pueden ir desde un bosque hasta toda una cuenca hidrográfica  Al menos otras 5 ciudades obtienen agua de fuentes que se originan en cuencas distantes que también incluyen áreas protegidas. En adición, al menos otras ocho obtienen agua de bosques que son administrados de forma tal que se da prioridad a su regulación del ciclo hidrológico. 

Recordemos esto cada vez que observemos un árbol en cualquier lugar. Mientras continúa creciendo nuestra economía y población mundial, nos convertimos en una humanidad cada vez más sedienta. Es fundamental comprender cuánta agua necesitamos los humanos para sostener nuestro diario vivir. Por ejemplo, se requieren de unos 2,700 litros de agua para producir una camiseta de algodón, un poco más de 4,000 litros para producir un kilo de trigo hasta 16,000 litros para producir un kilo de carne de res. 

En la actualidad, sólo el 54% de la escorrentía accesible de agua dulce a nivel mundial es apropiada para el consumo humano. Para el año 2025, dos tercios de la población de nuestro planeta podría tener serios problemas con el suministro de agua dulce potable. Aquí ya estamos incluidos todos los panameños, sin distingo de credo, raza, estrato social, orientación política, etc. Sin importar si lo anterior escrito se llega a concretar o no, la realidad es que todas las grandes, medianas y pequeñas empresas en nuestro país serán afectadas directa o indirectamente por la incertidumbre, tensiones y dilemas en su uso del recurso hídrico disponible para los panameños durante las siguientes décadas. La escasez relativa de un recurso por lo general allana el camino a su mejor administración. 

En consecuencia, las exigencias para que las empresas y la administración pública demuestren una gestión sostenible y eficiente del agua crecerán paralelamente año con año. Por esto, la histórica coyuntura que se genera al llevarse a cabo el proyecto de ampliación del Canal de Panamá, al mismo tiempo que se empiezan a sentir los efectos del cambio climático a nivel mundial, debe ser motivo más que suficiente para implementar finalmente una verdadera gestión integrada del recurso hídrico que involucre en la práctica a empresas, al ciudadano común que somos todos y a la administración pública. Nuestro futuro como país irremediablemente dependerá de que esto se concrete. 

 Artículo publicado en el diario El Panamá América del día 14 de enero de 2010.

(*) El autor es economista.

Regulaciones Ambientales, ¿Un Freno a la Competitividad Económica?

Por: Jairo A. Vásquez Pravia (*) 

Durante la última media década, el proceso de liberalización de los mercados ha cambiado su enfoque de reducción arancelaria, la cual efectivamente se ha gestado en buena parte del mundo, hacia la eliminación de barreras para arancelarias al comercio mundial, entre las que destacan las regulaciones ambientales. Dado que muchas regulaciones nacionales, tales como las normas de calidad ambiental y los estudios de impacto ambiental para diversos proyectos de inversión pueden ser consideradas como barreras para arancelarias al comercio, la discusión sobre la extensión y el impacto de las normas ambientales se ha expandido en las mesas de negociación de todos los acuerdos de libre comercio de reciente data. 

De acuerdo con el índice de competitividad mundial preparado por el Foro Económico Mundial para el periodo 2009-2010, la República de Panamá alcanzó la posición 56, por debajo de países como Chile (30) y Costa Rica (55), pero por encima de economías más grandes como México (60), Uruguay (65) , Colombia (69) y Argentina (85). Si observamos los países que lideran el escalafón como Finlandia, Estados Unidos, Dinamarca, Singapur, Suiza, Islandia, Noruega y Australia, coincidentemente son los que poseen regulaciones ambientales más estrictas y actualizadas, lo cual no ha sido obstáculo para seguir liderizando el proceso de globalización. 

Por otro lado, muchos países en vías de desarrollo, en especial México y los países centroamericanos, durante los últimos años han dedicado esfuerzos para flexibilizar sus regulaciones ambientales en aras de atraer mayores flujos de inversión extranjera en el marco de acuerdos de libre comercio, empero, siguen sin mostrar un mayor crecimiento económico ni mejoras en su competitividad ni distribución de la riqueza, y lo más preocupante de todo, haciéndose irremediablemente más dependientes del flujo de remesas extranjeras de su fuerza de trabajo emigrante hacia los Estados Unidos. En el caso de México, estas remesas representan la segunda fuente de divisas luego de las exportaciones de petróleo crudo y sus derivados, mientras que para El Salvador ya son desde hace casi 15 años su principal fuente de divisas.  

Al contrario de la percepción de muchos, Panamá es considerado uno de los países latinoamericanos con regulación ambiental de mayor alcance y, sin embargo, mantiene uno de los flujos de inversión externa directa más consistentes durante los últimos años, pasando de unos 603.4 millones de dólares en el año 2000 hasta unos 2 mil 401 millones de dólares para el año 2008, de acuerdo con estadísticas de la Contraloría General de la República. 

Las regulaciones ambientales no pueden ser vistas como simples controles de la contaminación o estándares de manejo de recursos naturales, capaces de ser flexibilizados de un solo plumazo por la burocracia estatal en aras de la consuetudinaria excusa de fomentar la inversión nacional y atraer la extranjera en beneficio del país. Ellas también son parte de las reglas fundamentales para el comercio internacional y sirven como una mitigación necesaria contra las fallas de mercado en el orden económico global. 

La construcción de una sensibilidad ambiental en el régimen de libre comercio de forma pensada y sistemática debería de ser de interés, tanto en los mundos económicos como ambientalistas, los cuales nunca deben ser mutuamente excluyentes per se si buscamos un desarrollo sostenible. En un ambiente donde crecientemente se reconoce que el camino a un efectivo y justo intercambio de bienes y servicios en un mundo cada vez más globalizado no está libre de riesgos, las regulaciones ambientales tienen un rol que jugar en preservar un mejor entorno para el mejoramiento de la competitividad económica de cada país. 

Artículo publicado en el diario La Prensa del día 5 de enero de 2010. 

 (*) El autor es economista.